

Los cuentos fantásticos han sido delegados al departamento de la llamada “literatura infantil”. Que diría de esto Perrault o los hermanos Grimm, cuando. el concepto de “lo infantil” ni siquiera se esbozaba en la concepción de estratos erarios. La literatura no tenía edad, sólo tenía propósito: conferir una puerta de salida de una realidad avasalladora hacia otro mundo alterno, fantasioso y no siempre más prometedor.
Aún si, los cuentos de hadas o llamados cuentos maravillosos contados al calor de la lumbre, constituían un recursos de aprehensión, de asir la realidad desde otra arista, de comunicar con otro lenguaje aquello que constituía las verdaderas preocupaciones de la humanidad del entonces tardío siglo XVIII y siglo XIX: la muerte, la enfermedad, la inanición, la pobreza, las criaturas del bosque, el abandono…
Nuestra forma de vida ha evolucionado y con ella el genero fantástico. Pero en esencia los buenos cuentos maravillosos siguen siendo temporales, sin distingos de. edad. Y siguen atendiendo esos temas esenciales de nuestra humanidad. Leo hoy con entrega y devoción Una Idea Toda Azul de Marina Colasanti, gracias al rescate editorial que Yolanda Reyes y la colección Nidos para la Lectura del sello Loquelo han hecho con esta magnifica obra. Una obra que despunta la creación literaria de Colasanti dentro de este genero y que ha hoy ha producido maravillosos cuentos, renovando con su propio estilo una genero imperecedero.

Una Idea Toda Azul fue publicada originalmente en 1978 en Brasil, siendo este una primera aproximación de la escritora y poeta al lenguaje y estructura de los cuentos de hadas. Reza la dedicatoria “A Fabiana y Alessandra, mis hadas”, sus hijas y con ellos especulo que la mujer escritora se vio tentada por la también mujer madre que encontró en el lenguaje maravilloso un resquicio por el que entrar a reinterpretar el mundo y dejar la semilla de los sueños a sus dos pequeñas niñas hadas.
Pero como en gran medida es la obra de Colasanti, los cuentos escritos en clave de poesía que aquí se reúnen, tienen a un doble destinatario: al niño que somos o fuimos y al adulto que somos o seremos, según la edad en que lo leamos. A cada uno de estos diez cuentos nos les sobra una palabra, y tampoco les falta. La economía del lenguaje está suplida en creces por las imágenes creadas a partir de la simbología y la elipsis, ambas brindadnos una contundencia certera a cada relato Terminamos la lectura cuando apenas comenzamos a paladear el dulce amargo destino de los personajes, y permanece la sensación de querer más. Colasanti lejos de empalagar nos deja la sensación de un apetito insaciable, en el que sus relatos son el cebo, el plato principal y el postre.
Los personajes de cada relato parecieran estar a expensas de un destino ineludible: un final prescrito en el tiempo, inexorable. Sin embargo esto solo es lo que parece, porque si bien hay algo de inevitabilidad en los destinos, – la muerte, la madurez, los efectos de una decisión- , también es evidente y aun mas predeterminante las acciones que conllevan a esos destinos. Los personajes están dotados de alternativas, de intelecto, de señales. Son hombres y mujeres (en su mayoría las segundas) los que deben tomar las riendas de su rumbo: escuchar, aprender o desaprender, detenerse a pensar, deliberar para dibujar una vida propia.
Con la pericia que la distingue, Colasanti construye el relato dentro del relato, el sueño dentro del sueño, el reflejo en el espejo, y así los lectores somos un espectador del personaje que también ve su vida desde afuera. En relatos como Más Allá del Bastidor y La Primera Solo, el relato se sucede al compas del accionar de los personajes, recurso que también está presente en otros relatos posteriores como La Tejedora. Permanece la sensación de que el destino lo componen hilos tan maleables como las palabras de un escritor.
Mujeres valientes y estoicas, que a pesar de lo esperado no transigen en su voluntad. En Una Espina de Marfil, Entre las hojas del verde y Siete años y Siete más las protagonistas son conscientes de la disyuntiva que se les presenta: toda decisión de amor es una renuncia. Y en cada caso las protagonistas deciden, sin permitir que la decisión sea tomada por ellas, así el desenlace implique un sacrificio. Años después Colasanti produciría uno de los relatos que más me conmueve, Entre la Espada y La Rosa, siguiendo esta tradición de relatos en los que la heroína, ya sea para bien o para mal, sostiene el curso de la narración y de su propia historia.

El relato que da nombre a esta antología conmueve por su destreza narrativa, tan directa pero a la vez tan certera en recordarnos que los caprichos de la vanidad y el ego son efímeros en el gran marco del tiempo. Un rey concibe una idea, y el efecto que esta produce en el es tal que no concibe compartirla con nadie por temor a que le sea robada. La guarda bajo llave, donde nadie pueda conocerla en el aposento de los sueños profundos. Pasan los años, – tantos que ya es viejo y se acerca la final de sus días- y el rey va en busca de su idea para recordar la satisfacción que alguna vez sintió con ella. Pero el rey ya no es el joven que fue y su mirada sobre la idea ya no es la misma. En lugar de despertarla, decide sumirse en ese sueño profundo, junto a ella en el mismo aposento olvidado. Un relato que con suma delicadeza revela la melancolía de los egoístas y de los engreídos. Pero también una mirada alterna al sentido de la vida, de la plenitud de quienes viven sin guardarlo todo sino quienes comparten sus dichas con los que les rodean. Pues nadie nunca supo de la idea toda azul del rey. Y el rey nunca disfrutó de su azul idea. En días pasado Colasanti abordó la pregunta de porqué definir la idea con el azul. Y con su natural agudeza apuntó a que el azul no es una forma de calificar a la idea, sino por el contrario el azul es el color del aire, del mar, del infinito. Así la idea no tiene cuerpo ni cara ni peso. Tan sólo es azul.

Marina Colasanti es una mujer con una sensibilidad extraordinaria. De ella emana una gracia que se equipara a su elegancia y claridad. Habla sin afanes, cada palabra ocupa su lugar, ni de más ni de menos. Así es su escritura, dotada de una gracia que sólo pocos poseen y comparten con tanta naturalidad.
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