

Cuenta la historia que hubo un hombre que creía ser el dueño de todo. Sí, TODO. Fue así que Fausto, un hombrecillo ambicioso de vestido con traje, salió a recorrer el mundo para comprobar todo aquello que era suyo.
Ante cada cosa con la que se topaba, la amenaza de Fausto les hacía doblegarse y resignarse a perder su soberanía. Luego de haber conquistado desde ovejas hasta montañas, el hombrecillo de traje subió a un bote hacia el mar abierto. Aún en el mundo quedaban cosas por poseer.
Por más que gritaba y pataleaba, el silente mar no daba crédito a la presencia de Fausto.
Finalmente, el mar respondió con una pregunta a la que la naturaleza del hombrecillo era ajena. ¿Porque quieres ser mi dueño si tú ni me quieres? Y así Fausto se empecinó aún más en desmentir el alegato del mar, demostrarle quién es quien manda, y pataleando y pisoteando quizo dar una lección al irreverente mar. Pero ante las leyes dela física la estrechez mental y emocional no encuentran rival, y cuando Fausto intenta literalmente pisotear al mar, encuentra si final en lo profundo del mar.

Una fábula que nos recuerdo que por más poderosos y fuertes que nos sintamos, hay mucho que escapa a nuestro control. Que la bondad y la generosidad son las mayores riquezas. Que el ego y la vanidad del poder destruyen, no solo a lo que rodea sino a la esencia humana. Con personajes y símbolos que evocan a El Principito, vemos que temas como la vanidad, la avaricia y el status quo contrastan con el lado ingenuo y dócil. La oveja y la flor recuerdan a la inocencia, al amor y la raíz de la felicidad.

Oliver Jeffers ha elegido un lienzo blanco como fondo, lo que fortalece la idea de una situación universal: la avaricia y el poder no son propios de uno y otro territorio, sino inherentes a todos en este planeta. Del mismo modo, el blanco, el vacío refuerzan la idea de que en esta cruzada por dominar, Fausto se encuentra sólo.
La extensión y profundidad del mar en las doble páginas en contraste con el tamaño de Fausto, nos recuerdan lo ridículos que son nuestros intentos de gobernar la naturaleza, de dominar aquello que nos supera en antigüedad y en sabiduría. Es el primer libro en que Jeffers acude a la litografía como medio, acentuando la expresión de las lineas y la intensidad de los colores. Un libro que toma un poco de distancia de sus libros anteriores, pero cuyo resultado es una fábula atemporal, que desde su mismo título nos recuerda a la conocida leyenda alemana del doctor Fausto, – recordando su final, sabemos que estamos ante un relato admonitorio.
La escenas finales son también un recorderis de lo efímero que es nuestro tránsito por la vida de este planeta, y más aún intrascendentes nuestros egos y vanidades. Mientras Fausto se desvanece en las profundiades del mar, desde la oveja hasta la montaña siguen su vida, tal como antes. «For the fate of Fausto did not matter to them.»
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